Capítulo 27 Ella es su salvadora
-No hay necesidad de estar tan enfadado-dijo Melinda con ecuanimidad.
Santiago la sujeto de los hombros con fuerza, rugiendo:
¡Melinda, estoy enfadado porque cuido a mis hijos! Nadie puede utilizarlos contra mi.
Mirándolo a los ojos, ella inhaló profundo para hacer frente al dolor. Mientras tanto, Gael, que la observaba, sintió la urgencia de sofocar la pelea, pero no supo que decir.
-Te lo prometo. Se comprometió, ya que enfurecer a Santiago era lo último que deseaba-. Sueltame.
Instantes después, él la soltó y se dirigió escaleras arriba.
-¿No vas a trabajar?
-No.
La figura del hombre desapareció con un giro en la esquina, y Gael intentó explicarse.
-Señora, el Señor Falcó aprecia mucho a su familia. Espero que no se lo tome a pecho.
-Creo que está siendo demasiado emocional. No confia en nadie -comentó ella en voz baja.
Cuando llegó la tarde, Melinda entró a la cocina para preparar la cena sin ayuda de nadie. Aunque nadie sabía si Santiago se los comeria, ella preparó la comida. A Gael le aliviaba ver su esfuerzo mientras se aferraba a la esperanza de que la pareja se acercara. El reloj marcaba las seis de la tarde. Samuel y Pamela se dirigieron al esmdio y llamaron a la puerta.
-¿Papá?
Abrieron despacio la puerta, que quedó entreabierta con una estrecha rendija, y se escabulleron hacia el hombre que estaba junto al escritorio. Parecían tan adorables como siempre. Al notar la llegada de los niños, Santiago dejó de trabajar mientras su semblante se suavizaba.
-Papá, te gustaría bajar a cenar? -Samuel tiró de su mano mientras sugeria con gran emoción ¡Mamá lleva una hora preparando la cena en la cocina y ha hecho un festin! Ven a comer con
nosotros.
A diferencia de Samuel, la timida Pamela se paró un poco más lejos del escritorio con una sonrisa. Sin embargo, no podia apartar la mirada de su padre debido a su atractivo aspecto.
-Claro.
Santiago se levantó y caminó hacia ella para cargarla, luego tomó la mano de Samuel con la mano libre antes de bajar las escaleras. Melinda estaba sirviendo la comida en la mesa del comedor junto a Sonia con un delantal, que no lograba enmascarar el aire puro de inocencia que la
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rasuva
rodeaba. Ningún atuendo podía ocultar esa aura suya tan caracteristica.
Una oleada de alivio y embeleso inundó a Gael, pues una estaba dispuesta a preparar la comida mientras que la otra estaba dispuesta a cenar juntas. Era una escena muy agradable. El candelabro iluminaba el comedor. Después de servir cuatro platos de arroz, Sonia salió del comedor com Gael.
-Uf. Me preocupaba que el Señor Falcó no bajara
-Espero que no tenga reflujo. Ella es en verdad su salvadora.
Melinda tomó una cucharada, mientras Santiago y los niños se sentaban. Le brillaban los ojos.
-Prucha esto, a ver si te los puedes comer. Si no puedes, te haré espaguetis.
No es que tratara de convencerlo, pero un ambiente armonioso en la familia era beneficioso para la educación de un niño. Sin embargo, su actitud hizo que Santiago se sintiera mejor. Además, la comida era de su agrado. Se comió una ración entera de dos complementos y no mostró signos de reflujo. Era la primera vez en varios años que comia arroz. Incluso el estaba asombrado por eso, de ahí el agradecimiento por poder tener una comida tan buena.
-¡Si! ¡Ahora podemos competir por ver quién come más rápido, papá!
Una sensación de satisfacción llenó a Melinda. La oscuridad tiñó el cielo y volvió a ocurrir lo mismo. Samuel y Pamela llegaron a la habitación de la pareja para empujar a Melinda al abrazo de Santiago en la cama.
-Buenas noches y dulces sueños. Recuerden; es bueno para los niños que los padres tengan una buena relación. -Les recordaron-. Mañana iremos juntos al nuevo colegio. Los quiero.
Envuelta en aquel ambiente relajado, Melinda no pudo evitar soltar una risita ante sus travesuras.
-Buenas noches, cariñitos.
-Buenas noches. -Santiago hizo lo mismo.
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