Capítulo 225
Él, un hombre de cielo, y ella, una muchacha de tierra, ¿cómo podrían cruzar sus caminos según los designios originales de la vida? Eran de mundos completamente distintos.
El gerente, cargando bolsas de la compra, se acercó personalmente al coche y se las entregó al chofer. “Sr. Malavé, Sra. Malavé, será un placer recibirles de nuevo en su próxima visita, los esperamos“.
Zulema las tomó directamente: “Déjamelas a mi“. No iba a compartir coche con Roque.
Él tenía su junta y ella regresaba a su apartamento de alquiler.
“Zule, tengo algo más para ti“, le dijo Roque. “Espera“.
“No lo quiero“.
“Ni siquiera has visto de qué se trata“.
Zulema contestó con desgano: “De todas formas, no quiero nada tuyo“.
Él, con una mano en el bolsillo de su pantalón de vestir, respondió con indiferencia: “La invitación es mía, el vestido también es mío y el lugar en el que estás parada, esta tierra, también es mía, todo“.
Zulema giró la cabeza, observando la señal de tráfico cercana, estaba en el estacionamiento de una tienda perteneciente al Grupo Malavé. ¡Genial! Rico y poderoso. ¡Hasta el suelo que pisaba era suyo!
“Está bien, entonces me voy ahora“, le dijo Zulema con una sonrisa ligera. “Haga como quiera, Sr. Malavé“.
Roque extendió su mano y la atrajo de vuelta, abriendo el maletero del coche, lleno de suplementos nutricionales, aguacate, quinua, guanábana, chía y muchos otros alimentos nutritivos y tónicos que ella ni siquiera reconocía. Aunque no sabía qué eran, por el empaque podía decir que no eran baratos.
“Un pequeño detalle para mi suegro“, le dijo Roque. “Ha sufrido mucho estos años y necesita recuperarse“.
“No digas ‘suegro‘ como si nada“.
“Por ahora aún no estamos divorciados, llamarlo suegro es lo correcto“.
Zulema: “…
“Estos productos no los encuentras en cualquier lugar, son muy nutritivos“, le dijo Roque mirándola. “Además, consulté con el Dr. Leoncio, y estos aguacates y quinua son muy buenos para tu salud también“. Sin esperar su respuesta, él, casi sin esfuerzo, abrió la puerta trasera del coche: “Le he pedido al chofer que te los lleve a casa y que te acompañe“. Todo lo hacía con naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo. Zulema ni siquiera había asimilado lo que pasaba cuando ya estaba sentada en el coche. Y Roque, parado fuera, se despedía de ella con la mano: “Nos vemos
en el evento“.
Luego le instruyó al chofer: “Conduce con cuidado, la seguridad es lo primero“.
“Sí, Sr. Malavé“.
Mientras el coche se alejaba, Zulema veía cómo Roque se convertía en un punto en la distancia. ¿Así que estaba en su coche, llevando sus regalos, de vuelta a casa con su chofer? ¡Todo había ocurrido tan suave y naturalmente! ¿No tenía Roque muchas reuniones? ¿No tenía prisa? Ella no lo entendía.
“Sr. Malavé“, le dijo Saúl, apareciendo de repente al lado del camino. “El gerente ya envió todos los vestidos que la señora se probó a Villa Aurora“.
“Muy bien“.
Viendo que Roque estaba de buen humor, Saúl pensó que podría acabar su jornada a tiempo y efectivamente, Roque le hizo un gesto: “Puedes irte a casa“.
“Gracias, Sr. Malavé. Aquí tiene las llaves de su coche“.
Roque las tomó y se dirigió a su Range Rover aparcado al lado del camino, desapareciendo a lo lejos. Saúl pensó que,
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seguirlo en su cortejo era agotador, habia que dar ideas, ayudar y estar siempre disponible.
Abajo, en el edificio de alquiler.
El chofer ya había ido y venido tres veces y aún no había terminado de descargar el maletero, aquello era tan ostentoso que había captado la atención de los vecinos. Los que conocían de cosas finas murmuraban con admiración: “¿De dónde vendrán todas esas cosas? Son inalcanzables en las tiendas, mira ese aquacate, importado, una pequeña caja cuesta miles“.
“¿Tan caro?“.
“Vamos, mira ese coche, un Maybach. ¿A quién le importa gastar unos miles si puede manejar eso?“.
“Estoy hablando de todos estos suplementos en el maletero, con ese precio, ¡no lo podríamos comprar en toda nuestra
vida!“.
“Pero, ¿qué rico vive en un barrio viejo y sencillo como este?“.
A Zulema no le gustaba para nada sentirse el centro de los chismes, pero ya que las cosas habían llegado, no podía simplemente deshacerse de ellas, sería un desperdicio, un auténtico derroche. Roque siempre sabía cómo jugar con esa debilidad de ella.
Al regresar a casa, Aitor también le preguntó: “¿Esto lo compraste tú? Zulema, es demasiado gasto, no hay necesidad de tanto lujo“.
“Papá, lo compró Roque, no fui yo“.
“¿ÉI?“.
“Sí“, Zulema bajó la cabeza. “De alguna manera terminó enviándomelo. Ahora sería incómodo devolverlo y mal visto
tirarlo“.
Aitor revisó las cosas: “Son productos de buena calidad, nutritivos y fortificantes. Zulema, deberías probarlos, son buenos para la belleza y la salud. Y cuando tu mamá despierte, ella también podría comerlos“.
“Papá, tú también deberías comer“, Zulema pensaba en dejarlos para sus padres, y su padre pensaba en dejarlos para ella y su madre. La familia siempre ponía al otro en primer lugar.
Aitor agarró una caja de las tantas: “Ahora mismo te prepararé algo, espérame, hace tiempo que no cocino, espero no haber perdido mi sazón“.
Mientras observaba la silueta de su padre ocupado en la cocina, los ojos de Zulema comenzaron a llenarse de lágrimas, pensaba que, en el futuro, su familia podría dejar Orilla y encontrar una pequeña ciudad adecuada para vivir, disfrutando de una vida cotidiana y sencilla, con horario de oficina y tres comidas al dia. Cuando nacieran sus dos pequeños, sus padres podrían ayudarla con los nietos mientras ella trabajaba, una vida simple, pero feliz.
En ese momento, sonó un golpe en la puerta.
“Ya voy“, Zulema abrió la puerta y se encontro con Claudio, este se apoyaba en un bastón, respirando con dificultad. Como la casa no tenía ascensor y ella vivía en el cuarto piso, para Claudio, que ya era mayor y tenía dificultades para moverse, subir había sido realmente agotador.
“He venido a visitarlos“, dijo Claudio. “Espero no molestar“.
Zulema se quedó en la entrada: “¿Cómo ha venido usted?“.
“Por respeto y por razón, debía hacer una visita y presentar una disculpa en nombre de la familia Malavé“, Claudio había ido con toda sinceridad, personalmente y sin acompañantes.
“No es necesario“, dijo Zulema. “Nuestra familia ya ha dejado claro que no guardamos rencor por lo pasado y que no hay ninguna relación entre la familia Malavé y la familia Velasco, no hay necesidad de más visitas y disculpas“.
“¿Ni siquiera nos darás la oportunidad de disculparnos?“.
“Las disculpas ya no sirven de nada“.
Mientras hablaban, se oyó la voz de Aitor: “Zulema, ¿quién es?“.
Ella estaba a punto de responder cuando Claudio se adelantó: “Dr. Velasco, soy yo“.
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Claudio caminaba inestablemente hacia el interior. A su edad, Zulema no podia simplemente detenerlo, sería peligroso que tropezara o se cayera, asi que dejó que Claudio entrara en la casa. Al verlo, la sonrisa que se había formado en el rostro de Aitor desapareció de inmediato.
“No te equivoques, no vengo con segundas intenciones, ni me creo superior, tampoco traigo dinero para ofrecerles“, respondió Claudio. “Dr. Velasco, simplemente he venido a ofrecer una disculpa sincera y formal a usted y su familia“.
Aitor dijo: “Si la familia Malavé realmente tiene buenas intenciones, deberían devolverle la libertad a Zulema, eso sería `una buena muestra de su sinceridad“.
Capitulo 226